Noventa y un números
es la excusa que tengo hoy para rendir culto a tu existencia.
La satisfacción de
llegar permanece en el recuerdo que la lejanía aporta al
refugio en que has de convertir tu vida cuando lo más cercano supera tu
control y hasta respirar fatiga.
¡Ves que guapa es!,
aunque sus ojos no pueden ya captar la imagen del espejo, es preciosa.
La luz deslumbra los
recuerdos más lejanos, que a ratos pasean por la actualidad y al rato ensueñan.
La memoria es un vestido delicado cuyas costuras la vida desborda y al final,
el padre es hijo, el hijo hermano y la hija mamá.
El sonido de las
voces siempre familiares arrullan el ensueño de los días que son muchos,
como lo son cuando se nace en 1924.
El silencio, de las
muchas noches también, se confunde alguna vez con el ruido de los sueños, de
los juegos de los niños, los disparos de una guerra, el canto de los gallos al
amanecer o el gruñido letal del marrano en la matanza. Se funde, otras, con la
paz de las flores tan cuidadas en el mirador que otea otra paz, la del
huerto, sembrados de color los surcos bien derechos, como todo lo
que trazaba en esta vida el hombre, mi padre, con quien compartió la suya hasta
hace poco.
Doña Mercedes es mi madre y la de mis cuatro hermanos. Ha sido maestra de varias generaciones que la recuerdan con amor y nosotros estamos muy orgullosos de seguir contando con ella un año más.
Felicidades, mamá.
A. Emilio y Marian